LAS SUPERFICIES PROFUNDAS EN LA PINTURA DE FRANCO
Nelly Peñaranda - Revista Cambio
2001
Muchos fueron los artistas colombianos que durante la década del 80, decidieron abordar su carrera plástica lejos del país y, acudir a las ciudades que habían servido como escenarios para la estructuración y asentamiento de diferentes momentos de la plástica en occidente. Sin lugar a dudas, París se ofrecía como lugar de condensación de la historia y la vanguardia; una posibilidad de diálogo entre la tecnología y la tradición. En 1985, Jaime Franco llegó a la ciudad luz como estudiante de la Escuela Superior de Artes; sus intereses, se dirigían hacia el conocimiento y dominio de la técnica del dibujo, sus opciones de tono, compositivas y de afianzamiento en busca de la fidelidad representativa del que fuera su entorno de crecimiento plástico.
Aun cuando las primeras producciones de Franco procuraban la más fiel representación, bastó poco tiempo para que las líneas y puntos compositivos de sus dibujos se transformaran en sintéticos elementos gráficos, insinuando un acercamiento hacia la abstracción. En un momento, el hiperrealismo que había servido como ejercicio estructurante de formas, abrió paso a su fragmentación. Un nuevo ordenamiento que si bien simulaba un rompimiento con lo que fuera reconocible para mostrarse indeterminado, mantenía intactas las intenciones de continuar explorando en el dibujo; haciendo uso de él como posible catalizador de sentimiento y razón.
Las distancias con los planteamientos de representación fueron aumentando mientras las preocupaciones por el gesto, la forma y la superficie comenzaron a protagonizar sus dibujos y primeras pinturas. Las prioridades pictóricas de Franco se encaminaban hacia el rescate de lo visible a través de la descomposición de sus integrantes. Y de alguna manera, los postulados que durante la primera década del siglo xx presentaran a la primera abstracción como producto de un arte nutrido de impulsos líricos, ligados a la inspiración romántica y en consecuencia expresionista, se fueron fusionando con las intenciones de los pertenecientes al grupo que proclamaba a la geometría como simplificación extrema del mundo exterior.
Con la llegada de la década del 90, los vestigios de la figuración eran casi imperceptibles, por el contrario, se hacía evidente la necesidad de proponer nuevos espacios contenedores de nuevas formas, y en donde fuera posible conjugar el azar con la controlada observación de las figuras provenientes del entorno. A las tonalidades grises se fueron adicionando acres, amarillas y rojas, que permitieron el encuentro y combinación fragmentada de líneas rectas y onduladas, rastros emergentes que resultaban de la superposición de las muchas capas de pigmento que cubrían cada una de sus pinturas.
Sin embargo, estos indefinidos habitantes de las obras de Franco también fueron desapareciendo poco a poco; en medio de los límites de sus lienzos. Las tupidas superficies con texturas emprendieron la labor de intentar ocultar los fragmentos de las retículas previamente elaboradas, y que se asomaron con el ánimo de contrastar la monocromía de tonos terrosos que caracterizó su producción durante los últimos años del siglo xx.
Ahora, 12 años después de iniciar un diálogo cercano con los lenguajes abstractos, y luego de un proceso de ejercicio y fortalecimiento de sus intenciones por estructurar un lenguaje no-representativo, Jaime Franco exhibe actualmente en la Galería El Museo.
En sus obras de hoy, se evidencia no sólo un marcado rompimiento cromático respecto a las producciones anteriores. Con la apropiación de nuevas tonalidades, Franco alude a un universo recreado en la adición; sumatoria tanto de las épocas por las que ha transitado su pintura, como de las herencias recibidas tras el estudio y apreciación de varios de los artistas que -a partir de 1910-, han comprometido sus intereses plásticos con los lenguajes abstractos. También son estos contrastes de colores los que evidencian una clara fusión y equilibrio de la forma con el fondo, y en donde como unidad indivisible contribuyen a una de las intenciones actuales del artista: ofrecer su pintura cómo totalidad, producto de la pausada superposición de capas; para lo que Franco utiliza las rocas como metáfora, en el sentido que ellas no son pintadas ni tienen superficie, siguen siendo ellas mismas aun cuando sean fragmentadas.
En azules, naranjas, rojos, amarillos, verdes y la indiscutible presencia del negro, este artista caleño de 37 años agrupa las sensaciones e ideas de su inconsciente creativo, seguro de que con las líneas y sus posteriores entrecruzamientos obtendrá un espacio regido por su lógica arbitraria de composición, y en medio de la cual resulta interesante, su definitiva preocupación por mantener la vigencia de la práctica de la pintura. Y rendir homenaje a las formas, colores y texturas, mientras aporta ingredientes para enriquecer el panorama pictórico nacional y en consecuencia, contradecir varias de las teorías tecnológicas contemporáneas que declarando el relevo de los medios de producción tradicional han anunciado la muerte de la pintura. Como si se desconociera el hecho de que, es gracias a ella y a su práctica milenaria que ha sido posible entender gran parte de la evolución de la historia de las artes durante casi 600 años.