RASTRO
Universidad Jorge Tadeo Lozano, Bogotá.
2010
“Rastro” es una muestra que se debate entre dos movimientos. Por un lado en la cuidadosa reconstrucción de estructuras arquitectónicas donde todo es realizado a través de rigurosos cálculos matemáticos, y por otro, el da la pintura misma, es decir, el recorrido del color en la superficie. Junto a ellos también se reconocen múltiples referencias propias de la historia y de los mitos occidentales. A través de un juego de relaciones entre la representación de las ruinas, la sobrevaloración de la razón nos recuerdan historias que al igual que en el famoso mito de Sísifo, ha llevado en muchos momentos a la destrucción del hombre. El resultado que tuvo la construcción de la torre de babel es apenas un ejemplo de ello. El hombre en su intento de llegar al cielo termino construyendo una torre que terminó en la propagación de múltiples lenguas.
Sin embargo, en estas obras las temáticas no se reducen únicamente al contenido al que se refieren: los templos, las torres que aparecen en los lienzos, o los trazos del botellón que están sobre la laminilla de oro. Aquí se está develando todo un proceso. No se esconde ninguno de los momentos de la ejecución, salen a relucir todas las capas de pintura y se revelan esos negros encima de grises que a su vez están sobre algunos amarillos. Sima y Cima, las dos instalaciones o pinturas efímeras realizadas sobre la pared son la cumbre de todo ello. En este caso la naturaleza de la pintura utilizada, barro, resulta perfecta para mostrar cómo el material tiene una vida propia. Es la densidad natural de éste el que devela ciertas partes de la estructura o del dibujo inicial. Es la tierra la que decide que es lo que se ve y al igual que un arqueólogo cuyo trabajo es desempolvar hasta que aparezca la ruina, el ojo es obligado a develar las capas de toda la composición.
Un espectador atento se dará cuenta en el recorrido de las dos salas cuál fue el modo en el que el artista concibió cada una de las obras y cuál fue su ejecución. Desde el principio se otorgan ciertas pistas de lo que se encontrará: los dibujos iniciales realizados en Autocad están expuestos y han sido acompañados por algunas palabras escritas como “vestigio”, “huella”, “insignia”; palabras que definieron y guiaron la exposición. Un espectador curioso se parará en cualquier punto de la galería y comprenderá cómo cada una de estas obras dialoga entre sí, verá que en algunas las estructuras se repiten pero que esa geometría específica aparece siempre de manera distinta, es la pintura, sus gestos quien decide el modo cómo lo hace. Es ella quien devela una capa y saca a relucir otra.
En una época donde la pintura casi no se ve, Jaime Franco la trae de vuelta constantemente. En cada uno de sus trazos, de sus manchones, de su color nos recuerda que la pintura no es más que eso. En un tiempo donde abundan en las salas múltiples técnicas, híbridos entre la escultura y la fotografía, entre el video y el dibujo, sorprende el uso de esta técnica, un uso ambiguo que empieza por algo absolutamente racional, los dibujos realizados casi matemáticamente, para terminar en algo intuitivo y totalmente orgánico. Tal vez ruina, una de las palabras claves de la muestra, no es únicamente algo que queda, un rastro o un despojo, sino también aquello que esconde una historia y que está a punto de ser develada. En este caso, la misma historia de la pintura.
Ximena Gama
La exposición RASTRO es una excelente exposición, la de un pintor maduro que no se conforma con pintar esos buenos cuadros que pinta hace tiempo, sino que sigue explorando y abriéndose horizontes y vuelve a ir más allá en su concepción de la pintura y se descuelga ahora con una serie de cuadros ambiciosos, complejos, poco fáciles y dos frescos inmensos y ásperos realizados in situ, como es lógico, con barro volcánico en dos enormes paredes del museo.
La pintura de Jaime Franco no parece caber en algunas muestras de arte contemporáneo. No está de moda ser pintor y ni en el canon de artistas colombianos, ni en las nuevas hornadas que vienen surgiendo hay ninguno que pinte. O que solamente pinte, más bien, que base su trabajo en el hecho de pintar y su voluntad expresiva en lo que su obra transmite y no en los conceptos o las referencias a que alude. Jaime Franco sería eso que los curadores à la page llaman, con condescendencia, formalista, o sea un artista que no pretende decir sobre el mundo más que aquello que su lenguaje creativo dice.
Y eso que hay mucha más búsqueda en la pintura de un Jaime Franco, mucho más contenido en el lenguaje creativo que en mucho arte conceptual que necesita de un folleto o de un cartelito en la pared para entender cuál es el punto. Mucha más audacia en los cuadros y los dos enormes frescos de la exposición a partir de la cual redacto estas líneas que en las enésimas reproducciones y auto-copias de Damien Hirst, Murakami, Jeff Koons and the like.
No puedo sin embargo dejar de plantearme la cuestión que desarrollaba in extenso hace unos días: ¿por qué sólo son arte contemporáneo aquellas prácticas que buscan decir algo sobre el mundo ajeno a la propia creación y al hecho de crear?; ¿por qué sigue siendo arte contemporáneo reconocido un producto repetitivo e hiper-comercial y no (nos) interesa en cambio el trabajo serio, concienzudo, maduro, fruto de una reflexión seria y de largo aliento de un pintor empeñado en desarrollar su concepción del arte y no un concepto ajeno a él?
Jose Antonio DeOry