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                                          CATÁBASIS

Andres Gaitan

 

“Def.// Como imagen retórica refiere a un descenso a los propios horrores a fin de enfrentarlos, verlos, volverlos conscientes y luego ascender purificado por el horror y la conmiseración.”

 

Quisiera que entráramos al mundo que nos presenta el artista Jaime Franco, con un par de pasajes que espero nos puedan ayudar a comprender el complejo sistema de fuerzas que se entrelazan en Catábasis. Sus formas a veces arquitectónicas y a veces matéricas, orgánicas, concentran una suerte de “choques” y de “negociaciones” que hacen de su obra un juego visual con varios niveles de percepción. Baste saber de entrada, que Catábasis será justo en el momento en que se escriben estas líneas y hasta el final de la exposición, una obra en constante producción, en permanente cambio: una obra que contiene a su vez muchas obras. Una obra efímera que se hará sobre la pared de la Galería SN MaCarena.

1.La invención de la pintura y el cubismo.

Hay varios hermosos pasajes de la historia del arte, y dolorosos, ¿por qué no decirlo?, en los que se habla que el momento en que la pintura nació, fue cuando hombres jóvenes debían partir de sus casas a conquistar o a defender algún reino, dejando a sus esposas a cargo de la familia. La única manera de recordar a su bien amado que posiblemente nunca regresaría, era pintando su silueta proyectada en la pared a la luz de una lámpara de aceite. La silueta materializaba al joven guerrero, sus rasgos aludían a su manera de ser y permitían recordar su esencia. Es decir, la silueta dejaba de ser una simple silueta y se convertía en un signo. La imagen en sí misma quedaba cargada de significado.

Aludiendo a la invención de la pintura, vemos en el trabajo de Franco un objeto que va entrando y saliendo de manera permanente. Va volteando, se va haciendo plano y en el momento justo en que el artista lo “atrapa”, vuelve y empieza nuevamente a descubrirlo. Son siluetas de estructuras, acaso de construcciones antepasadas, acaso de figuras geométricas que lo han acompañado desde el momento en que estudiaba ingeniería. Haciendo de estas figuras unas siluetas interminables que van dejando su rastro en la pared, no deja de ser equiparable el instante en que simple y llanamente queremos que la figura no desaparezca. Como sucedía con el guerrero antiguo, ya no importa su forma, importa su esencia, su significado. Franco va haciendo una y otra vez el “mismo” cuadro, la misma forma, pero aunque suena contradictorio decirlo: de manera distinta.

¿Por qué no hacer alusión al cubismo? ¿Cuando el cubismo revisa lo tridimensional como un desdoblamiento bidimensional? ¿Cuando empezamos a entender que el mundo se compone de signos que hacen ver los planos como cuerpos llenos de contenidos que en la mente vamos formando y deformando? ¿Acaso Jaime Franco no está buscando en la figura geométrica, el reconocimiento de un signo? ¿No es esta figura, vista desde todos los ángulos posibles, una estructura que le pertenece y que a su vez rechaza? Pinta y borra, y pinta de nuevo y vuelve a borrar, y en cada acción van quedando fantasmas que van acompañando el interminable proceso. Sus cuerpos van quedando sepultados unos sobre los otros, aunque extrañamente siempre serán el mismo cuerpo: todos pintados con lodo. Todos enlodados....

2.Arboletes – Bogotá. Pintar con lodo …. ¡¡¡Qué bajeza!!!

Desde hace unos años Jaime Franco ha pintado con lodo. Ha encontrado en el material una plasticidad que le ha permitido ahondar en ella, aprovecharla al máximo y entenderle su “entonación”. Hay lodos de lodos: ya sabrá Franco que el lodo de Barichara es singular y contrasta con el de Apulo o el de Necoclí. Que las superficies cuando secan van cambiando de color y que esas nuevas tonalidades le van dando a la pintura una singularidad que ningún otro material logra.

Pero, si bien es cierto que ya antes ha realizado proyectos con lodo, en Catábasis sucede que hay algunos componentes importantes por destacar que le añaden al proyecto una fuerza inusual. Franco ha ido madurando sus propuestas artísticas, y si antes hacía referencia a esa circularidad y constante repetición de las formas, en este caso en particular el gesto se mezcla con el entendimiento de una rutina o interacción tanto corporal como geográfica. No es solamente el cuerpo del artista que interactúa casi “performáticamente” con la pared, sino que se trata del cuerpo que baja de Bogotá hasta la costa Atlántica, al Municipio de Arboletes, para meterse entre un volcán de lodo y de allí extraer el material que le servirá para realizar sus múltiples aproximaciones en la pared. El artista baja y baja geográficamente para volver a subir (catábasis) y realizar con ese algo que encontró en lo más bajo, el material perfecto para trabajar y producir una obra, dos obras e incansables obras, unas sobre otras, como ya se mencionaba antes.

Ya lo diría Georges Bataille en sus aproximaciones al Bajo – Materialismo, y ante todo, ¿cómo no recordarlo en este momento?, en su texto: “El dedo gordo”. Un pie que anda por el lodo y que en algunos momentos específicos pasa sin problema de lo nauseabundo a lo más preciado. Bataille nos recuerda que el cuerpo es una constante dicotomía que pelea consigo mismo y que una secreción puede resultar desagradable o glorificante dependiendo de la situación en particular. Los pies que se pasean por lo más bajo, por el suelo, han sido fragmentos de cuerpos que sudan, huelen y cultivan hongos pero paradójicamente, en varias culturas, se han convertido en fetiches sexuales y objetos de deseo.

Bajar corporalmente así como bajar geográficamente, ha sido, entre otras apelar a esa disposición de “unidad” donde los cuerpos se necesitan los unos a los otros para poder producir una reflexión histórica, orgánica y estética. Con ese material (lodo), a veces tan despreciado, Franco sacará sobre una pared oscura, esas formas geométricas que tratarán de unir un mundo con el otro.

 

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