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DE LOS NÚMEROS A LOS COLORES

Fernando Nieto - Revista Gerente

2003

 

 

"No existe aquella línea que trató de diferenciar el arte abstracto del arte figurativo como tampoco se pueden trazar líneas que dividan el reino animal del vegetal" (Franco)

 

Alguna vez Jaime Franco (Cali, 1963), dijo que el color es un potro. Y se dedicó a domarlo. Por eso, a finales de los años 80 y comienzos de los 90, cuando expuso en Bogotá en la Galería Casa Negret, y en Nueva York, Tokio y París por cuenta de la Galería Yoshii, los únicos colores de sus lienzos eran el blanco, el negro, los grises, a veces los ocres que tienden al rojo, o los ocres que tienden al amarillo. Recuerda que en esa época nunca hubiera optado por los colores que priman en su muestra en la Galería El Museo (que termina el 22 de Marzo):  naranja encendido, blancos desleídos en azul, aguamarina, verdes pálidos, rosados al borde de la incandescencia… "colores estridentes que guardan relaciones aparentemente imposibles, no armónicas", dice.

Ese deseo de "liberar el color de cualquier prejuicio" lo viene rondando desde hace unos cinco años y afloró en las obras de sus anteriores exposiciones, en 1999 y 2001. Franco retoma la metáfora para explicar que gracias a su riguroso trabajo con aquella primera paleta que limitó al negro, al blanco, a los grises y a los ocres, el potro cumplió su aprendizaje, ¨para que no se desboque" ahora que le soltó la rienda.

 

¨El gesto también es nuevo". Se refiere a las formas, a los trazos en los lienzos, que desde mediados de los años 90 igualmente han ganado espontaneidad. La muestra de El Museo es el resultado de "enfrentar la pintura… es como dejar que ese panorama que estaba contemplando desde un punto de vista mucho más racional y mental comience a ser visto bajo una óptica más intuitiva"

No en vano, en 1997 el curador y crítico José Ignacio Roca le preguntó: "¿existe una estructura matemática que subyace a sus pinturas, o su construcción se realiza siguiendo un proceso sensible?"  Y Franco respondió: "tengo una aproximación intuitiva al problema de la geometría".

 

Quemé los libros… y las naves

 

Las matemáticas, la física y la química eran sus pasiones en el colegio. Detestaba las humanidades, excepto los filósofos presocráticos: "ellos, al igual que yo, se preguntaban por el origen de lo existente". Con todo y los presocráticos, Cali no le ofrecía mayor cosa, y trae a cuento una sentencia de Andrés Caicedo: "Cali es una ciudad que espera pero que no acoge a los desesperados".  Subraya que a pesar del amor por su ciudad, el escritor terminó suicidándose allí, antes de cumplir los 30 años.  Así que "a los 18 tuve la oportunidad de huir". Llegó a Bogotá, el destino más lejano dentro de sus intereses y posibilidades económicas. 

Se matriculó en la Facultad de Ingeniería de Sistemas de la Universidad de los Andes. De la mano de un amigo pintor que ahora vive en Italia, empezó a frecuentar museos, exposiciones, personas que viajaban… hasta que Bogotá también se hizo un lugar estrecho.  Al cabo de dos años se marchó a París a estudiar Ciencias: "la ingeniería me parecía muy poca cosa; no me interesaba la aplicación de unos conceptos abstractos; me interesaban los conceptos abstractos"

 

Otra vez las matemáticas, la física y la química, a diario. Y el contacto con el arte, pues "París es todo un museo". Visitaba colecciones, descubría los placeres de la lectura, tomaba un curso de modelado en arcilla, veía cine… Era una rutina intensa, feliz y solitaria. Pero al tiempo que fue descubriendo París, vino el desencanto de la enseñanza deshumanizada por parte de la Sorbona, donde no tuvo amigos, ni una relación cercana con algún profesor: "todo se redujo a ir y venir de clase". Además, surgió una pregunta:  "¿Para que estamos los científicos?" Los científicos están a la sombra de ciertos intereses políticos…

Así que un día, "de un tajo, quemé los libros y no volví a clase". Un salto al vacío, pues no tenía claro por donde seguir "Eso no fue fácil", dice con asomo de risa, recordando que su familia estaba esperando el regreso del científico. Lo único claro era seguir viviendo en París. Por entonces habitaba un pequeño espacio en la Place du Pantheon, al pie del Jardín de Luxemburgo.

 

Por el camino del dibujo

 

Primero buscó refugio en la oscuridad, matando el tiempo frente a las pantallas de cine, ¨como una especie de adicción¨. Después buscó refugio en el dibujo, cuyos rudimentos los había adquirido en el curso de modelado en arcilla. Entonces se presentó a la Ecole Superior des Beux Arts, donde fue admitido en contra de todos sus pronósticos, pues el examen era exigente.  Cuatro años al cabo de los cuales obtendría un título de artista. "Pero a los seis meses me di cuenta que no me iban a enseñar nada. La escuela me pareció francamente mediocre".

Volvió a las salas de cine, a los museos, a los teatros, a viajar de vez en cuando a este o aquel rincón de Europa. Volvió a esa rutina intensa, feliz y solitaria, "más bien de índole contemplativa", gracias a la cual hizo de París una escuela, donde además tomó cursos de fotografía, video e historia del arte, quemó películas y películas que todavía no acaba de revelar y llenó cuadernos enteros con dibujos de botellas y floreros que lo esperaban en los cafés, de sus manos, de su cara reflejada en el espejo, de escenas que ofrecían las orillas del Sena, o la Place du Pantheon, o la callecita que pasaba bajo su cuarto "El dibujo fue un mecanismo de aprendizaje y conocimiento".

 

Por el camino del dibujo llegó a la abstracción. Fue en Ladrilleros, en el Valle del Cauca, cuando vino de vacaciones con su cuaderno bajo el brazo. "Una línea del horizonte, una línea de la playa, y unos puntos para representar los pájaros. Con tres o cuatro gestos mínimos y contundentes capté la esencia de algo tan vasto como el Pacífico". La experiencia lo llevó a revisar ejercicios anteriores, de tal suerte que a su regreso a París ya no dibujaba tomando el entorno como referente, sino "mirando lo que pasaba en el papel".

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PRENSA

Albañil y músico

 

Los dibujos que hizo en Europa fueron el punto de arranque de sus primeros lienzos en Colombia, cuyo formato empezó a aumentar.  "El nivel de abstracción de algunas de mis obras permitía entrever el mismo deseo de abarcarlo todo…¿Qué sentido tenía representar algo?". Al cabo de trece exposiciones individuales, Franco dice: "siento que la relación que existe entre mi interés por las ciencias y las matemáticas sigue vinculado a un aspecto de mi trabajo que consiste en la abstracción", certeza clave a la hora de acercarse a su obra, en la cual el tratamiento de las texturas ha sido una constante y que ha recibido las influencias de Mark Rothko, Barnett Newman, Franz Kline, Cliff Still…

 

Franco también menciona a Francisco de Goya y a Claude Monet, que siempre le han llamado la atención, cosa que espera que los visitantes de su muestra adviertan, porque ambos, como Willem de Kooning, eran decididamente pintores. Al fin y al cabo las obras que expuso en la Yoshii eran "construcciones mentales alejadas de lo pictórico de la pintura". En los más de diez lienzos y en las composiciones en técnica mixta sobre papel de El Museo, la liberación del color y la espontaneidad del gesto en cada obra, quieren atestiguar la tarea de un Pintor, con mayúscula. 

 

Para esa tarea, que se fundamenta "en el rigor de la disciplina, no en el impulso de la inspiración"  Franco se nutre de imágenes, diálogos, lecturas, vivencias… y hace muchos dibujos, como una suerte de calentamiento antes de encarar el lienzo. No tiene idea alguna de cuál será el color de la primera mancha, o donde caerá.

"A través de cada capa –escribió Ana Sokoloff, representante de Christie´s para América Latina–  Franco logra estudiar y criticar lo ya creado para llegar a un lenguaje propio¨. Así, a medida que se acerca a lo que quiere decir, la intuición le dicta cuales herramientas debe ir utilizando: la brocha, el trapero, la espátula, el rodillo… que ha ido adquiriendo en las ferreterías, pues aclara que su arte tiene mucho del oficio de albañil.

 

O del oficio de músico. "Pero el músico, cuando se presenta en un escenario, tiene un público que lo ve y lo escucha, y aún cuando toca una improvisación ha practicado durante mucho tiempo.  La mía transcurre en un lapso muchísimo más largo…meses, eso demoro en hacer un cuadro, y mientras tanto nadie lo está viendo". Busca entonces que lo sorprendan los colores y las formas que va plasmando.  ¨Eso es un buen indicio: si me sorprenden, aspiro a que sorprendan a otra gente¨. Otro indicio para dar por terminada la ejecución de una obra: "cuando siento que añadir cualquier cosa es redundar". A diferencia del músico, "no sería capaz de trabajar en presencia de alguien". Cuando cruza el umbral de su estudio, al Occidente de Bogotá, el mundo queda afuera con sus pequeñas trivialidades de todos los días. La luz llena el recinto por un largo ventanal; los overalls con rastros de naranja y blanco y azul, aguardan su hora colgados de una puntilla tras la puerta; grandes lienzos sin terminar, uno junto a otro, en las paredes blancas salpicadas de aguamarina y verde y rosado; las notas de una pieza de piano que suena en la radio.  Por estos días Franco está a punto de iniciar un curso teórico para aproximarse a una obra pictórica en términos musicales, y viceversa.  En otra ocasión ha dicho: "el arte es un intento por elaborar un sistema". Entonces explica: "en toda obra de arte consolidada uno puede entender unos mecanismos que la rigen, y eso es un sistema. Dilucidar que aquello que aparentemente no tiene orden, lo tiene. Es un poco lo que pasa con la naturaleza¨.

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